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lunes, 17 de noviembre de 2014

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Montjuïc 1998, Manel Úbeda
 
Para Tener-Cultura es un placer tener esta semana a Manel Úbeda (Mollet del Vallés, 1951) con nosotras. No solo es uno de los grandes de la fotografía, sino además grande como persona. Lo conocimos personalmente en Idep, donde pudimos aprender de él en el sentido más amplio de la palabra 'aprender', y hoy hablamos con Manel con ese mismo espíritu. Para los que no lo conocen,  ha sido director y docente del área de Fotografía de Idep Barcelona desde 1981 hasta el 2011, donde continua su labor ahora solo como docente. Ponente y organizador de las Jornadas Catalanas de Fotografía y miembro fundador de la Primavera Fotográfica de Cataluña en 1982, así como responsable de los Talleres de la Primavera. Autor y director de diversos libros, vídeos y DVD didácticos sobre fotografía analógica y digital para distintas editoriales y empresas. Desde 1968 sus fotografías han sido expuestas en numerosas galerías y museos de diversos países y forman parte de diferentes colecciones tanto públicas como privadas. Con una sólida y coherente trayectoria fotográfica de más de 40 años, es uno de los fotógrafos españoles imprescindibles.

- Tener-Cultura: ¿Cómo empieza Manel Úbeda en el mundo de la fotografía?
- Manel Úbeda: No puedo decir, como otros fotógrafos, que lo mío viene desde la cuna, que cuando aprendí a caminar ya hacía (buenas) fotografías con la cámara de mi abuelo. Pues no, fue por casualidad. A los 16 años me encontré a un antiguo compañero de colegio y, después de charlar unos minutos, me dijo que tenía que irse “a revelar”. Le pregunté de qué se trataba y me dijo que después del trabajo (era carpintero, como mi padre) se dedicaba a la fotografía y se presentaba a concursos. Le pedí si podía acompañarlo y allí, a oscuras, vi la luz.
Por aquel entonces, y desde los 14 años, yo trabajaba de impresor. Con 17 años era oficial de primera (según categoría profesional franquista), pero seguía estudiando por las noches. Después del trabajo me trasladaba diariamente de Mollet del Vallés a Barcelona para poder hacer el Bachillerato (en mi pueblo no había posibilidad de estudiarlo).
Pronto vi la necesidad de “abrir horizontes” y me busqué un trabajo en Barcelona. A los 18 años dirigía a una brigada de 8 trabajadores y nos dedicábamos, por cuenta de una gran empresa, al montaje y decoración de grandes oficinas. Mientras, seguía con el bachillerato y, sobre todo, con la fotografía.
Con un amigo fundamos la primera agrupación fotográfica de Mollet. Empezamos a organizar concursos y, gracias a ellos, conocí a personas que me hicieron apostar definitivamente por la fotografía.


Las Arenas 1988, Manel Úbeda

- T-C: ¿Cómo son tus inicios profesionales?
- MU: Mi novia trabajaba en una óptica y convenció al dueño que yo era el mejor fotógrafo del mundo, el tipo ideal para hacer las fotografías de su nueva campaña sobre lentes de contacto blandas, un producto novedoso en España a principios de los años 70. En este trabajo descubrí qué era la fotografía macro y de aproximación, y mi novia descubrió que hacer de modelo no siempre es agradable, especialmente cuando te meten los dedos en el ojo.


Después, y durante el servicio militar, en Mallorca, realicé reportajes de boda, comuniones y, sobre todo, miles de fotografías a turistas en cenas y terrazas. Me convertí en un maestro del flash de reportaje. Primero con un Metz de batería de ácido, después con un Minolta de baterías que le compré a un alemán medio borracho. Era un trabajo con pocas dificultades fotográficas, pero que me proporcionó una gran oportunidad para tratar con las personas. Tenía que ser convincente y efectivo, disparaba, cobraba y, al día siguiente, les dejaba las fotos en la recepción de su hotel. Proporcionalmente, ¡nunca he ganado tanto dinero como haciendo la mili!

Al regresar a Barcelona entré como asistente de un gran fotógrafo de publicidad y moda, Jeroni Vives. Fue generoso conmigo y con él aprendí el oficio.
Posteriormente, junto con Joan Fontcuberta, montamos nuestro primer estudio en Barcelona. Con Joan nos conocimos en los concursos y, años después, compartimos trabajo, aventuras y conspiraciones durante unos 8 años. En el estudio hacíamos un poco de todo, pero principalmente disfrutábamos de la fotografía y del momento, ya que coincidió con la muerte de Franco y la transición política. Además, éramos unos privilegiados que teníamos estudio, ello comportaba que muchos amigos y colegas tuvieran nuestro estudio como centro de referencia y reuniones.

- T-C: Estamos según muchos en la era 'postfotográfica' ¿Cómo ves el panorama actual de la fotografía? ¿Cómo crees que lo tienen las nuevas generaciones de fotógrafos en un momento en el que parece haber 20 o más fotógrafos por habitante?
- MU: Son momentos apasionantes, pero se hace muy difícil saber dónde estamos. Se acuñan nuevos términos para intentar definir la confusión. Lo que ocurre con la fotografía no es muy distinto a lo que vemos en las redes sociales: mucha “información”, muchos datos, muchas opiniones, pero difíciles de contrastar y evaluar. Todo el mundo opina libremente en las redes, y esto es muy bueno, pero no todo lo que se publica es de utilidad. Con la fotografía ocurre lo mismo.



Piscines i Esports 1987, Manel Úbeda
Además, tenemos otro problema: una sola palabra, “fotografía”, para definir cosas muy distintas. Hacer un texto no es hacer literatura ni nos convierte en escritores. Hacer fotografías, ya sea una o miles, no nos convierte en fotógrafos. Estoy convencido de que el fotógrafo, como tal, tiene un largo futuro, otra cosa es el mercado profesional y sus distintas aplicaciones. La fotografía de publicidad, de moda, la fotografía industrial, etc. Han pasado, y siguen pasando, por momentos muy duros. Los precios han caído en picado y han arrastrado a muchos profesionales.

Creo que nada volverá a ser como antes de la crisis, pero estoy seguro que siempre habrá dónde y cómo trabajar de fotógrafo, pero sería muy útil un consenso colectivo en defender los derechos de los profesionales y unas tarifas dignas. Sin la unión, profesionalmente estamos perdidos. El libre mercado es algo que queda muy bonito y suena a moderno, pero es el escenario ideal para que las grandes empresas se aprovechen de los profesionales.
Esta especie de agonía profesional también ha comportado que una parte importante de fotógrafos se han inclinado por el trabajo de autor, ya que el mercado del “arte” parece que ha soportado algo mejor esta crisis. Solo hay que ver el auge de la fotografía en ferias como ARCO. Pero, una vez más, nos encontramos con un panorama confuso. La autoría es algo que tiene que  salir de dentro, no ser producto de la coyuntura. Ahora tenemos mezclados a los “autores” con los “autores coyunturales” en un escenario muy complicado de descifrar.


- T-C: Cada vez son más los jóvenes que quieren empaparse del mundo analógico que la industria fotográfica parece desechar. ¿Cómo entiendes esta dinámica? ¿Cuál intuyes que pueda ser el futuro de lo analógico?
- MU: Alberto García-Alix dice, más o menos, que “la fotografía digital no tiene magia”. Quizá no es del todo cierto, pero entiendo muy bien qué quiere decir. Ser fotógrafo no solo es disparar y mirar a la pantalla, en el “proceso” hay cosas intangibles que son las que pueden proporcionarte el placer de fotografiar. La previsualización de la escena, el compromiso en la toma de decisiones, la medición de la luz, la combinación velocidad/diafragma, la espera en ver el negativo, imaginarte la copia en papel, etc. son aspectos que casi han desaparecido con la fotografía digital, es otra forma de trabajar y no a todo el mundo le encaja bien.
Con la fotografía analógica no existe el “Comando-Z”, es decir, las decisiones son irreversibles y esto hace que, cuando trabajas, la concentración ha de ser máxima. Esta concentración también puede permitirte disparar mucho menos y aprovechar muchas más imágenes. Cuando trabajas con película, antes de disparar, has de ser capaz de imaginarte la copia fotográfica, saber qué quieres obtener, si deseas sobre o subexponer, qué profundidad de campo necesitas, incluso si ampliarás mucho o poco. Son cosas en las que hay que pensar, sin dejar de lado la evaluación de si vale la pena hacer este disparo, si lo que ves a través del visor te sirve, te emociona.
Desde el punto de vista profesional no hay duda que la fotografía digital es imbatible. Cuando has disparado puedes saber si la foto es la que necesitas o no y, si es necesario (y posible), puedes volver a intentarlo. Hay efectividad y seguridad, pero no magia.
Últimamente han aparecido colectivos y fotógrafos que se han dedicado a promocionar desde las técnicas del Siglo XIX hasta reivindicar el uso de la fotografía analógica. También hay empresas que siguen fabricando material químico e incluso han aparecido nuevas opciones que vienen a substituir, en parte, a las que han cerrado. Así que creo que tenemos fotografía analógica para rato, muy cara, pero para rato.


- T-C: Una gran parte de tu trayectoria profesional está ligada a la docencia. Tras tantos años, ¿qué es lo que te sigue motivando?
- MU: Empecé dando clases en 1976 y no he dejado de hacerlo desde entonces. Lo he combinado con trabajo comercial, editorial, mi obra personal, la dirección del departamento de fotografía de IDEP, pero no he dejado la docencia en ningún momento.
Me motiva el estar en contacto con gente joven que te enseña otras maneras de mirar, de interpretar. A los alumnos suelo decirles que en clase todos vamos a aprender, la diferencia es que ellos pagan y yo cobro, y que quizá en algunas cosas les llevo algo de ventaja, pero todos aprendemos de todos.


A Poc a poc Oblit 2010, Manel Úbeda

- T-C: Tu generación vivió la época en la que editar un fotolibro era algo para unos pocos, ¿cómo ves el auge que está teniendo la autoedición? ¿Crees que, en parte, pueda tener que ver también con una especie de reacción contra la 'digitalización' de la fotografía?
- MU: De entrada el concepto “fotolibro” no existía. Nosotros hablábamos de libros de fotografía. Y un libro de fotografía solo era posible si un editor se interesaba por tu trabajo. La autoedición era algo excepcional y al alcance de fotógrafos ricos, cosa poco habitual. Que hoy casi todo el mundo pueda hacerse su fotolibro está muy bien, ya que es una forma de que las fotografías “salgan” de la pantalla, pero el problema es la edición indiscriminada. Ahora no es imprescindible tener una trayectoria, una obra que te avale y un editor que apueste por ti, solo hace falta tener el dinero para editar o poner en marcha un crowfunding.


Creo que el fotolibro tiene mucho sentido en el trabajo de autor, pero también estoy convencido que este tipo de trabajo necesita reposo, dedicación y mucho tiempo. Me explico.
El trabajo comercial y el reportaje comportan un proceso “expres”, en el que no hay mucho tiempo entre la realización y el uso de la fotografía. Pero en el trabajo personal influyen muchas cosas y la edición “en caliente” es poco recomendable. Hoy todo va muy deprisa, pero si trasladamos estas urgencias a la obra personal nos equivocaremos con mucha frecuencia y, una vez publicado (ya sea en Internet o como fotolibro), esto es irreversible, estará allí para siempre.
Yo soy partidario de dejar pasar tiempo entre la toma y la aceptación de la imagen. Quiero ver qué ocurre cuando me enfrento a la fotografía muchos meses después de haberla tomado. Si me sigue interesando y emocionando, me sirve.

- T-C: Manel, en muchos de tus trabajos estas presente en el momento más agónico, en 'Piscines i Esports', en 'Deprès del Record', 'Tibi' y en 'A Poc a Poc oblit'; existe en estos trabajos una reflexión en torno a la memoria y el tiempo, la decadencia, etc. pero, ¿qué siente, qué sensaciones está viviendo Manel cuando está fotografiando, en ese preciso instante?


- MU: Mi forma de trabajar es “reposada” y lenta. Me interesan especialmente los lugares que han sido muy frecuentados, que han tenido cierta importancia, en los que mucha gente ha paseado, disfrutado y vivido, pero me gustan cuando son abandonados, cuando ya no cumplen con la función que tenían, cuando entran en decadencia. Entonces, allí, solo, me imagino cómo era la vida en este lugar, puedo imaginarme a la gente, los ruidos.
La única condición que intento no saltarme es que el lugar no esté vandalizado. Si hay graffitis u otros rastros que no tengan que ver con lo “original” ya no me sirven. Han sido profanados y han perdido la esencia.
Una variante de este interés son los cementerios, en este caso me centré en dos de los cementerios más emblemáticos de Barcelona: Montjuïc y PobleNou, donde hay un gran patrimonio arquitectónico funerario modernista. Una parte de las esculturas y panteones fueron realizados en piedra caliza y el paso de los años y la lluvia los ha convertido en objetos mágicos y fantasmagóricos.


- T-C: Entrando en tu web destacan los dos trabajos a color, 'Vacances' y 'Campus 2', ¿es ese uno de los motivos quizá por los que siempre trabajaste en blanco y negro?
 - MU: Son dos trabajos un poco distintos y nacen por motivaciones también diferentes. En “Vacances” fue un intento de representar, de forma irónica y cáustica, cómo hacemos vacaciones. Las primeras fotografías fueron hechas en mis vacaciones, pero después me planteé qué pasaría si intentaba lo mismo en mi ciudad, en Barcelona. Me movía entre turistas y, con una cámara de plástico y película, disparaba sin llamar la atención, más bien, con este tipo de cámara, solía inspirar una cierta lástima.
En el caso de Campus 2 fue una propuesta de la Universitat Politècnica de València. Yo era profesor invitado cada año a impartir unas clases y decidieron hacer un fondo fotográfico con algunos de los fotógrafos que allí acudíamos. Me mostraron lo que habían hecho mis compañeros en el primer libro (Campus 1) y me di cuenta de que en casi todas las fotografías se veía la Universidad, sus jardines, aulas, arquitectura, etc., pero casi no había personas. Entonces pensé en dejar de lado el espacio para centrarme en los profesores, alumnos, personal administrativo, sin distinción, en un intento de eliminar las posibles jerarquías.



Vacances 2004-2005, Manel Úbeda

- T-C: Me pica la curiosidad, teniendo la oportunidad en 'Campus 2' de realizar el trabajo en analógico, ¿porqué utilizaste medio formato digital en este caso?
- MU: Fue algo pensado. Quería explorar el trabajo en digital y con alta calidad. Conseguí un respaldo de última generación y organicé un espacio con flashes de estudio, trípode, ordenador, etc. y, durante una semana, estuve allí instalado. Procuré trabajar como hacía con película, es decir, centrarme en la sesión y no mirar, en ningún caso, la pantalla hasta haber acabado cada sesión diaria.
Desde el punto de vista metodológico, fue casi como trabajar con película, pero con la ventaja de cada noche podía ver el trabajo realizado.



- T-C: Sobre tu trabajo en África, regálanos un recuerdo.
- MU: Los viajes a África están plagados de recuerdos y anécdotas, especialmente el de Togo, que fue el primero de la zona subsahariana. Quizá el recuerdo más intenso fue conocer a un “brujo” en el Norte de Togo. Se llamaba Alí y era uno de los “maestros” de vudú 
más importante del país. A su casa acudían gentes de todo el país, después de días de viaje, para celebrar ceremonias con él. Conocí de su existencia gracias a un  alumno, que era antropólogo, del Curso de Fotografía Creativa que yo impartía.
Uno de los objetivos del viaje a Togo era conocerlo para intentar aprender un poco más sobré el vudú. Cuando llegamos a su casa nos recibió de forma amable. Después de un buen rato de charla, y de pasar por todo el proceso protocolario de bienvenida, con los correspondientes brindis con vino de palma a los antepasados, a los presentes, etc., le pedimos asistir a una ceremonia de vudú. La petición no le sentó muy bien y nos dijo que eso no era un espectáculo, pero que si necesitábamos algo se lo podíamos pedir.
Puesto que yo era el de más edad del grupo, y además canoso, siempre acababan considerándome el “jefe”. Allí la vejez y las canas mandan mucho, pero nosotros éramos dos parejas, así que poco había para mandar. Gracias a las canas y a la edad, acabé siendo el protagonista de la ceremonia. Le pedí un amuleto para que me protegiera en los viajes. Aceptó y nos citó al día siguiente, al amanecer, en su casa, previo un pequeño pago para comprar un pollo, gesto que nos dejó desconcertados.

Togo 1990, Manel Úbeda
Al amanecer estábamos en su casa y, según nos dijo, se levantó cuando todavía era de noche para recoger hiervas y raíces del campo. La ceremonia se prolongó durante casi 8 horas. Fue inquietante ver cómo evolucionaba ante nosotros. En el “proceso” sacrificó al pollo y a un gato (este no lo pagamos) con toda naturalidad y destreza. Con parte del cuero cabelludo del gato, plumas del pollo, una combinación de hierbas, un poco de tierra, y una tela de algodón, confeccionó una pequeña bolsa y la selló con tierra mezclada con la sangre de los dos pobres animales.
Cuando ya estábamos exhaustos y medio mareados por el calor y los sacrificios, nos dijo que había que “validar” el fetiche. Nos condujo a una especie de pequeña cabaña donde había un tronco lleno de clavos, vidrios, sangre seca, plumas… !un altar de vudú! Parecia que la cosa iba bien y, cuando pensábamos que ya habíamos acabado, quedaba la traca final.
Nos dijo que la forma de acabar la ceremonia consistía en comernos los animales sacrificados. Y, como si fuera un trilero, hizo desaparecer de nuestra vista el pollo y nos quedamos con el pobre gato muerto. Después de quitarle la piel lo cocinó dentro de una calabaza sobre un brasero, con agua y mucho, mucho picante. Puesto que yo había hecho la petición, el resto del grupo se desentendió del “problema” aduciendo falta de hambre, no haber digerido la mariscada del día anterior, y otras excusas poco convincentes. Hice de tripas corazón y nos comimos el gato entre el brujo, su hijo mayor, y yo. Supongo que el pollo se lo comieron ellos en la cena. ¡Una intensa inmersión en la cultura del vudú!.
Tengo que decir que, hasta hoy, el amuleto ha funcionado perfectamente (toco madera o, mejor, toco amuleto).





- T-C: Personalmente tuve el honor, placer y la suerte de disfrutar de la experiencia 'La Magistral' como becaria, conocer y aprender de tantas personas, los grandes que impartían los talleres, y los grandes que asistían a ellos, es una experiencia que me acompañará y por la que estoy agradecida. ¿Qué siente Manel Úbeda cuando recuerda esas sesiones?
- MU: La experiencia de La Magistral (http://lamagistral.blogspot.com.es/search/label/Talleres%20Realizados) fue algo maravilloso. Un sueño hecho realidad. La auténtica impulsora de la idea fue Núria Gras, mi esposa. Ella fue el alma del proyecto y el principal soporte. No nos inventamos nada nuevo, pero sí que lo hicimos de una forma distinta. Mezclamos la idea clásica de taller de fotografía con la gastronomía, la atención cuidada a los asistentes, un buen ambiente y en una casa magnífica. Al éxito nos ayudaron de forma decisiva los invitados. Tuvimos la suerte de poder compartir intensos fines de semana con los (y las) mejores. Alguien nos dijo que nosotros jugábamos la “Champions” de la fotografía en cuanto a talleres, y creo que era cierto.


Los invitados entendieron muy bien la idea y, casi todos, se entregaron al máximo, pero también los asistentes contribuyeron de forma clara para alcanzar un nivel notable en todos los encuentros. Fue un placer acercarnos, de forma tan íntima, a la personalidad y a la obra de personas que son referentes internacionales.
En el buen funcionamiento de los encuentros también los becarios tuvieron mucho protagonismo. Cada año seleccionábamos a dos personas, de entre mis alumnos de IDEP, para ayudarnos durante los encuentros. A pesar de ser doloroso, debido a la estrecha relación personal, decidimos que cada año serían personas distintas.
Nosotros teníamos una obsesión. Queríamos poner en relación la obra o el trabajo de una persona con su “manera de ser”, con su personalidad, con el fin de entenderla mejor y, si fuera el caso, comprobar si el trabajo se correspondía con lo que aquella persona era. Es decir, ver hasta que punto la obra y la persona era “todo uno”.
Decidimos dar por acabado el proyecto de La Magistral cuando todavía funcionaba perfectamente, pero teníamos la sensación de que la fórmula estaba ya agotada y nosotros también necesitábamos un cambio. Analizada la experiencia pasado un tiempo, nos sentimos orgullosos del trabajo realizado, de haber sido capaces de no enrocarnos en una fórmula de éxito y, sobre todo, de los amigos que allí hicimos. La Magistral era mucho más que un taller de fotografía, era una experiencia emocional y sensorial.




 Manel, infinitas gracias por compartir con nosotras tu experiencia, tu trabajo, tu sabiduría... siempre es un placer escucharte, leerte...!!!
Queridos lectores, ¿qué os ha parecido? Esperamos vuestros comentarios!!! 


2 comentarios:

  1. Me ha parecido como si estuviésemos de vuelta a sus clases, en aquella gran mesa democrática modular. Un profesor y persona como hay pocos.

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